Neuroeducación

A lo largo de la historia, la educación ha sido uno de los pilares de la sociedad. Existen diferencias culturales sustanciales, pero de modo universal siempre ha puesto énfasis en la actividad docente. No obstante, en los últimos años, con el surgimiento de las Neurociencias, en especial la Neurociencia Cognitiva, se ha acentuado el interés por comprender los mecanismos cerebrales que subyacen el aprendizaje.

De este modo surge la Neuroeducación, disciplina científica que tiene como objetivo tomar ventaja de los conocimientos existentes acerca de cómo funciona el cerebro, tratando de esclarecer y potenciar los procesos de aprendizaje y memoria de los estudiantes, a la vez que se realiza un reajuste en la mentalidad de los profesores.

Actualmente, es un campo de la Neurociencia que cuenta con un abanico de posibilidades enorme. El objetivo es dotar a la enseñanza de las herramientas útiles para un mejor desarrollo de los individuos. En cierta medida, el nacimiento de esta disciplina viene marcado por el interés de los maestros que reclaman nuevos medios educativos basados en hallazgos científicos rigurosamente contrastados. En el momento en el que la ciencia se instaure en las aulas, comenzarán a derrumbarse numerosos mitos acerca del aprendizaje que no hacen más que entorpecer la actividad docente.

Uno de los “neuromitos” más extendidos en la sociedad actual es la afirmación de que los humanos solo utilizamos el 10% de nuestra capacidad. Esto lleva a pensar que si consiguiéramos explotar más nuestros recursos, nuestras facultades intelectuales se verían implementadas grandiosamente. Numerosas empresas han empleado esta falsa creencia para vender programas que aseguran aumentar nuestras capacidades, llegando a conseguir grandes cantidades de dinero basándose en un hecho ficticio.

¿Cómo conseguimos que los maestros obtengan los conocimientos científicos necesarios? Quizás este sea uno de los puntos más complicados. Existe un conflicto real entre el neurocientífico y el profesor que podemos dividir en dos puntos. El primero de ellos hace referencia al lenguaje empleado por el científico, muchas veces no adecuado al nivel del docente, y el segundo punto se refiere a la certeza de que el profesor ha obtenido los conocimientos necesarios para poder hacer frente, por ejemplo, a ciertos programas fraudulentos que las empresas tratan de vender a las aulas, afirmando que estos se basan en hallazgos de la neurociencia.

Otra de las finalidades de contar con personal bien dotado para la docencia es el de poder llevar a cabo intervenciones tempranas. El maestro pasa gran cantidad de tiempo con el alumno en un contexto de aprendizaje, por lo que tiene muchas probabilidades de ser él quien de la voz de alarma si es consciente de estar delante de un caso de dislexia, acalculia, autismo, déficit de atención, hipermotilidad, o cualquier otro trastorno.

La principal ventaja de llevar a cabo una intervención temprana es que en muchos de los casos no es necesario el empleo de fármacos que en un futuro podrían llegar a tener efectos secundarios graves, como es el caso las anfetaminas o el metilfenidato en el tratamiento del TDA o TDAH.

Me gustaría pensar que en un futuro no muy lejano la Neurociencia Cognitiva y la docencia hayan estrechado los lazos y que los resultados de esta unión comiencen a ser fructíferos. Quiero agradecerle al profesor Francisco Mora la excelente labor que está realizando al acercar la ciencia a la gente de a pié con la redacción de libros de divulgación como “Neuroeducación” en el que baso mis palabras de este artículo. Espero que los hallazgos dentro de esta área emergente proliferen de forma grandiosa y que los profesores y profesoras de este país y del mundo en general sean conscientes de la enorme responsabilidad que tienen en el momento en que dirigen una palabra o un gesto hacia un niño.

Alexandre González Valdés

alex.gonzalez.valdes1@gmail.com