La tiranía de los deberías

Desde pequeños a todos, en mayor o menor medida, nos han dicho lo que debemos hacer. Empezando por nuestros padres o personas que se hayan hecho cargo de nuestros cuidados y educación y siguiendo por nuestros profesores. En todas las sociedades hay una serie de normas que facilitan la convivencia y la conexión entre los individuos y nosotros crecemos y aprendemos a vivir acorde a ellas. Este código moral varía entre las distintas sociedades y los distintos momentos históricos. También las normas y los “deberías” dentro de la familia van a variar según cómo sea esta. Así aprendemos desde muy pequeños qué es lo que se supone que debemos hacer y qué es lo que se espera de nosotros. Asumimos esto como una realidad inquebrantable, sin cuestionarnos tan siquiera si las cosas podrían ser de otra manera.

A lo largo de la vida tomamos decisiones, algunas de ellas muy importantes y otras más triviales. A diario tenemos que realizar algún tipo de elección lo cual puede llegar a generar malestar y cierto grado de ansiedad, ya que elegir implica renunciar a algo a la vez que apostamos por algo incierto. Lo que hacemos en ocasiones se ejecuta desde la elección, lo cual implica que el cambio se produzca de forma más tranquila. Pero, en otros momentos, actuamos en la vida de acuerdo a los “deberías” que hemos aprendido, aunque no estemos muy convencidos de ello.

Llegamos a adultos llenos de etiquetas y de deberías “qué niño tan guapo”, “es más tímido que su hermano”, “se parece mucho al padre, tiene su mismo carácter”, “para ser bueno tienes que hacer tal cosa”, “los niños fuertes no lloran”, “debes dejar de hacer eso”, “tienes que, tienes que, deberías, deberías…”. El hecho de escuchar este tipo de frases una y otra vez hace que asumamos esto como una realidad absoluta y que actuemos en consecuencia a ello. Si yo soy tímido habrá ciertas cosas que no pueda hacer porque no son propias de una persona tímida, si me apetece hacer una pequeña locura me plantearé la imposibilidad de hacerlo y, probablemente no lo haga, porque las personas buenas y estables se centran en otro tipo de cosas, es muy probable que me espere un futuro muy semejante al de mi padre porque todo el mundo dice que somos iguales.

Como se dijo anteriormente, es necesario una organización y una transmisión de normas de convivencia para poder funcionar como sociedad, pero los “deberías” se convierten muchas veces en distorsiones cognitivas que van a alterar nuestra forma de pensar. Nos hacen mantener una forma rígida acerca de cómo tienen que ser las cosas, siendo totalmente inflexibles a cualquier desviación, lo cual puede llegar a generar un gran malestar emocional. Es habitual ante esto sentir ansiedad, sentimientos de culpabilidad, querer ejercer un excesivo control sobre todo lo que uno hace, estrés…

El primer paso para librarse de esta tiranía es comenzar a plantearse las cosas de otra manera, comenzar a cuestionarse preguntas como ¿quién dice que esto o que yo o los demás deberían ser así?, ¿dónde está escrito?, esto no quiere decir que uno renuncie a sus creencias, valores o principios, sino a que nos planteemos por qué creemos que las cosas tienen que ser así y a cambiar nuestra propio lenguaje interno por uno más compasivo y menos exigente hacia nosotros mismos, como por ejemplo sustituir un “debería terminar esto para mañana” por “me gustaría acabar esto para mañana” y si no tampoco pasa nada. La clave está en incorporar a nuestra vida una buena dosis de flexibilidad psicológica, conocida también en psicología como hexaflex. Flex obviamente haciendo referencia a la flexibilidad y hexa porque contempla seis aspectos los cuales contribuyen a la inflexibilidad psicológica. Estos puntos son los siguientes:

  • Fusión cognitiva: tomamos los pensamientos como realidades y nos fusionamos con los mismos. Lo adecuado sería tomar cierta distancia respecto a ellos.
  • Evitación: lo desagradable tendemos a evitarlo en la medida de lo posible y hay veces en las que es necesario sentir, experimentar y aceptar aquello que tratamos de evitar. El que evitemos no hará que el problema desaparezca, sino más bien todo lo contrario.
  • Pérdida del contacto con el presente: vivimos pensando en el pasado, en aquello que salió mal y que nos gustaría cambiar o en el futuro preocupados por lo que va o no va a suceder. Pocas veces estamos realmente viviendo nuestro presente.
  • Apego al yo: nos fusionamos con nuestro yo de forma muy semejante a como nos fusionamos con nuestros pensamientos.
  • Valores: no tener claros nuestros valores puede dar lugar a la inflexibilidad psicológica, para ello hay que clarificar cuáles son los valores que uno tiene en la vida.
  • Inacción: dicen que el ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra y es que, en muchas ocasiones, continuamos haciendo lo mismo ante una situación a pesar de que hemos comprobado que no se consigue nada. Hacer algo diferente siempre da miedo, pero ¿si no funciona lo que estás haciendo por qué continúas repitiéndolo una y otra vez?

Para no caer en estos puntos y llegar a una inflexibilidad psicológica se proponen ejercicios de autodistanciamiento y desifusión de nuestros propios pensamientos y de nuestro yo, además de no evitar aquello que nos asusta y atrevernos a probar soluciones nuevas, aunque en un principio puedan generarnos malestar. Hay que tener en cuenta que, si sentimos esta incomodidad al hacer todo esto, es que lo estamos haciendo bien, nos estamos alejando de los esquemas rígidos que tenemos grabados a fuego y estamos probando otras alternativas que nos aportarán a medio plazo una sensación de liberación.

MARISA MAZA FERNÁNDEZ