Como psicólogo, viví el apagón eléctrico del 28 de abril de 2025
Como psicólogo, viví el apagón eléctrico del 28 de abril de 2025, que se extendió desde las 12:30h del mediodía hasta aproximadamente las 21:00h, no solo como una interrupción funcional, sino como una experiencia profundamente reveladora desde el punto de vista psicológico. En las primeras horas, observé en mí y en mi familia respuestas inmediatas de ansiedad anticipatoria, intensificadas por la incertidumbre y la pérdida de control, coherentes con lo que conocemos en psicología del estrés agudo, activación del sistema nervioso simpático, aumento de la hiperalerta y una necesidad urgente de restablecer la predictibilidad del entorno.
Sin embargo, a medida que pasaban las horas y aceptábamos la imposibilidad de intervenir en la causa, emergieron mecanismos adaptativos más profundos. En términos de regulación emocional, se activaron estrategias de afrontamiento basadas en la aceptación, el redireccionamiento de la atención y la búsqueda de conexión social como respuesta homeostática frente al aislamiento tecnológico. Vi cómo personas que usualmente están inmersas en rutinas digitales compulsivas, comenzaron a interactuar cara a cara, vecinos en los portales compartiendo velas y conversaciones, familias que recuperaban el hábito olvidado de comer juntas sin pantallas, niños improvisando juegos con elementos cotidianos, activando su creatividad en lugar de consumir estímulos externos. Fue una desconexión forzada que, paradójicamente, nos reconectó con nuestra esencia social y emocional. Turkle (2011) ya señalaba que la hiperconexión tecnológica nos hace “estar solos juntos”, y este corte de energía mostró lo contrario, cómo el corte de estímulos digitales puede devolvernos a una presencia relacional auténtica.
En lo personal, experimenté algo que rara vez sucede, un silencio denso pero sereno, donde el pensamiento no competía con whatssaps ni pantallas, un espacio interno que me permitió sintonizar con mis emociones desde una atención plena (mindfulness) espontánea. Además, desde la perspectiva de la psicología comunitaria, lo que ocurrió fue una activación del capital social, comportamientos prosociales, cooperación espontánea, altruismo cotidiano, personas ofreciendo cargadores portátiles, etc… Esto no solo mitiga el estrés, sino que, como demuestra la teoría de Hobfoll sobre la conservación de recursos, protege y fortalece los recursos psicológicos personales y colectivos en situaciones críticas. A nivel ambiental, también hubo un fenómeno notable, la reducción de ruido y luz artificial generó una atmósfera inusual en las ciudades, propiciando una conexión sensorial con el entorno que favorece la autorregulación emocional y el sentido de asombro, vinculado positivamente al bienestar subjetivo. Ese día, que comenzó con incomodidad y tensión, terminó siendo una experiencia casi terapéutica a escala social, una intervención no planificada, pero intensamente significativa.
Fue, para mí y para muchos, una metáfora viviente de que incluso en la oscuridad más literal puede emerger luz psicológica, si sabemos detenernos, sentir y mirar alrededor. Como profesional de la salud mental, creo que este apagón fue también un encendido simbólico de todo aquello que solemos ignorar, la importancia del presente, del otro, y de lo humano por encima de lo digital.
José Jaime Pascual Piqueres
Psicólogo colaborador en el Centro de Psicología Calma al Mar
Miembro de la Asociación Española de Psicología Sanitaria AEPSIS